Yourcenar, o de cómo los libros no van en el clóset

(invitación a leer las Memorias de Adriano)

Por: María Álvarez (@memoriosa)

Ilustración: Julia Reyes Retana (@julitareyes)


Hace muchos años, cuando tenía 14, y mi mamá promovía que mis hermanos y yo no dejáramos de leer en francés, cayó en mis manos uno de los libros que más influencia ha tenido en mí. Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, me cambió la forma de pensar, de leer, de entender las relaciones humanas, el poder, las fronteras, la política, el arte, las cosas. Y la sexualidad. Me amplió el mundo esa primera vez, y me lo hizo cada vez que lo releí.

Adriano, el emperador romano, el personaje memorioso, es entrañable (aunque el personaje histórico era un tirano); y la Yourcenar, una genia, le da su voz femenina y usa su figura para emprender una escritura exploratoria en primera persona. La novela de 1951 es idealista, por decir lo menos, y en esa idealización del impulso civilizatorio de Roma, el culto y el poderosísimo emperador establece –estableció en mi cabeza, desde entonces– dos revelaciones de las que no se puede volver intacta: que la vida sexual es central a la experiencia humana, y que lo personal es político.

A lo largo de las páginas, las vivencias de Adriano se remiten al cuerpo y van haciendo un registro lúcido de la sensualidad, del deseo, del placer, del dolor. Ese libro, a través de un personaje no sólo mainstream, sino completamente fascinante, poderoso, atractivo, emblemático y digno de toda admiración, estableció que la bisexualidad es un asunto absolutamente natural y, aún más, que la homosexualidad es algo épico. Que la belleza y el amor van asociados y no hay manera de separarles, y que pueden encontrarse en cualquier cuerpo dispuesto al Eros.

Antinoo, el amante griego del emperador romano, es el objeto de una pasión desbordada, y también, cuando se suicida ahogándose en el Nilo, el objeto de un duelo incandescente. Para sobreponerse funda una ciudad con su nombre, y apela a la memoria de los sentidos, a través del culto espiritual. Adriano, enamorado del joven griego, mas no de su esposa, plantea, en su carta a Marco Aurelio, la supremacía del conocimiento a través del amor, como experiencia estética.

 

«…confieso sin ambages las causas secretas de esa felicidad; aquella calma tan propicia para los trabajos y las disciplinas del espíritu se me antoja uno de los efectos más bellos del amor. Y me asombra que esas alegrías tan precarias, tan raramente perfectas a lo largo de una vida humana –bajo cualquier aspecto con que las hayamos buscado o recibido–, sean objeto de tanta desconfianza por quienes se creen sabios, temen el hábito y el exceso de esas alegrías en vez de temer su falta y su pérdida, y gastan en tiranizar sus sentidos un tiempo que estaría mejor empleado en ordenar o embellecer su alma».

El amor, todavía en teoría, se volvió con estas palabras objeto de toda mi confianza. Me volví fanática de la Yourcenar y leí de inmediato Alexis o el tratado del inútil combate, una larga epístola en donde Alexis, el marido, le confiesa a la esposa que la deja por ser homosexual. Sin usar jamás el término, esta novela me iluminó sobre la orientación sexual y que combatirla es un despropósito dolorosísimo, y casi nada sobre el matrimonio, pues era muy joven para entender de pactos y lealtades. Años más tarde leí Opus Nigrum, donde el personaje, Zenón, también era bisexual; en esa historia medieval la orientación del alquimista era francamente lo de menos.

Las novelas de la Yourcenar no son de ninguna manera fáciles ni anecdóticas, son literatura profunda que reflexionan sobre personajes y momentos históricos que hablan de quiebres, de cismas, de los tránsitos de la humanidad de un estado a otro, y que cuestionan la intimidad de quienes las viven. Marguerite Yourcenar era bisexual y en su construcción literaria no hay ‘clóset’, no hay negación, sino todo lo contrario: búsqueda.

Qué suerte la mía haber leído a temprana edad la gran literatura en donde ni siquiera se imaginaba que usaríamos el verbo ‘normalizar’ para hablar de los sentimientos y las pasiones. Qué suerte la mía que empecé con Adriano, que exaltó para siempre la relación de amor por el amor y la atracción; y no con Alexis, personaje complicado con su homosexualidad y que sin embargo busca redimirse, salvarse de la represión y de la norma, para vivir en plenitud.

Para quienes amamos y formamos familias fuera de la heteronorma, estas expresiones y estos personajes validan nuestras formas de existir, sin etiquetas. La gran literatura va años luz avanzada sobre las películas infantiles.


María Álvarez nació en la Ciudad de México en 1977. Estudió letras hispánicas en la UNAM y literatura comparada en la Universidad de Sussex. Es editora y gestora cultural desde hace casi 20 años de manera independiente. En 2013 fundó Sicomoro ediciones, cuya vocación principal es la de publicar libros (de arte, de cocina, de arquitectura) que pretenden ser exploraciones estéticas, cuya identidad entre materia y texto lo hagan un objeto de curiosidad y deseo. Ha trabajado con y para instituciones públicas y privadas como la Secretaría de Relaciones Exteriores, UBS, el Centro Nacional de Prevención del Delito, la productora Nao films, el Canal Once, el Museo de la Ciudad de Querétaro, el Fondo de Cultura Económica, e Igualdad UNAM, entre otras.

Julia Reyes Retana es arquitecta, aunque nunca se ha dedicado a la arquitectura. Tiene un taller y marca de costura “Chocochips Costura de Estación” dedicado a la producción de objetos textiles y a la impartición de cursos de costura y técnicas textiles. Dibuja desde que tiene memoria y la ilustración es la base de la que germinan todos sus proyectos, dibujos que se transforman en cosas. Actualmente dibuja todos los días y a todas horas.

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