Feliz “día del niño”

En sus libros, Vivir una vida feminista y El imperativo de la felicidad y en otros textos, Sara Ahmed nos habla de ‘figuras’ sociales que perturban el orden heteropatriarcal, colonialista y capitalista: la feminista aguafiestas, el migrante melancólico, y les queers. Por sus cuestionamientos al orden social, político, cultural, económico y sexual. Por no seguir el mandato de ‘la felicidad’. Por llevar lo personal al centro de la política, por racializadxs, precarizados, oprimidxs, pero también por rebeldes, incómodxs y subvertidxs. En este contexto, yo diría que hay, o así deberíamos verles, otra figura en la sociedad que reta al establishment a priori, sin siquiera darse cuenta. Desde su andar nuevo en el mundo, desde su vulnerabilidad, pero también desde la libertad absoluta de su pensamiento, las niñas y los niños desafían las normas, porque todavía no las interiorizan. Salen de los cuerpos que les gestaron sin prejuicios ni estereotipos, y al principio –un principio cada vez más corto– están en contacto con su corporalidad y sus emociones, son ciegos a las diferencias y sensibles a la imitación, a la semejanza, y piensan y sueñan afuera de las cajas, de las normas, de las imposiciones que día a día los irán sujetando, en el mejor de los casos, y oprimiendo o eliminando, en el peor. Los niños y las niñas son diversos. Las niñas y los niños nacen libres. Hasta que les dejamos, hasta que empezamos a impedirles ser diferentes, hasta que les pedimos no incomodar, hasta que de múltiples formas les tapamos los ojos y los oídos porque es terrible el privilegio de unxs en detrimento de otrxs, hasta que les pedimos adaptación o hipocresía para navegar un mundo categórico y lleno de restricciones. También, las y los niños,son las presas más fáciles del capitalismo. Porque se supone que la infancia es feliz, porque se supone que la infancia está protegida, porque se supone que todas las niñas y los niños y les niñes tienen derecho a ser cuidadxs, alimentadxs, queridxs. La infancia es feliz en el imaginario del consumo, en el supuesto de la familia convencional y heteropatriarcal, en la estructura que no contraviene. Pero la realidad es muy otra: millones de niñas y niños no tienen sus derechos más elementales asegurados, millones deben migrar, trabajar, dejar la escuela. Millones padecen hambre, violencia, abandono y falta de oportunidades. La inmensa mayoría de las niñas y niños de este planeta hemos sido criados con narrativas fundadas en el sexismo, en el clasismo y en el racismo. Hay una norma supremacista que dice, en la publicidad, en la tele, en las películas y en todos lados se repite al infinito: la infancia es feliz. En una foto fija de niñxs blancos, bien alimentados, cuidados y sonrientes. Cuando Ahmed denosta la felicidad, está denostando ese mandato de la normalización, que invisibiliza las realidades complejas de tantos. Pero no proclama la infelicidad como solución, sino más bien una aproximación existencialista, tan parecida a la forma de vivir la vida de las y los niños pequeñxs: estar presentes, en el cuerpo, transitar las emociones. La felicidad está bien como experiencia transitoria, cuando pasa por el cuerpo como una emoción, como otras, pero la felicidad fija es de naturaleza individualista, estereotipada, escapista y anestésica. El día del niño (así se nombró por muchos años, en masculino) es un un invento del capitalismo para iniciar a las personas más jóvenes en el consumo, no para generar conciencia sobre su situación y sus necesidades. La infancia es una etapa dificil, compleja y de una enomre plasticidad. Tenemos mucho que desparender como sociedades para volver a valorar la juventud, la apertura, la capacidad de empatía de quienes no han construido muros ni conocen fronteras racionales y son aún potencia pura. La crianza respetuosa, la aceptación de que son sujetos de derechos, y la valoración de sus miradas sobre el mundo que van a heredar podrían crear un mundo más justo. Menos edulcorado para algunxs y menos feroz para otrxs.


María Álvarez nació en la Ciudad de México en 1977. Estudió letras hispánicas en la UNAM y literatura comparada en la Universidad de Sussex. Es editora y gestora cultural desde hace casi 20 años de manera independiente. En 2013 fundó Sicomoro ediciones, cuya vocación principal es la de publicar libros (de arte, de cocina, de arquitectura) que pretenden ser exploraciones estéticas, cuya identidad entre materia y texto lo hagan un objeto de curiosidad y deseo. Ha trabajado con y para instituciones públicas y privadas como la Secretaría de Relaciones Exteriores, UBS, el Centro Nacional de Prevención del Delito, la productora Nao films, el Canal Once, el Museo de la Ciudad de Querétaro, el Fondo de Cultura Económica, e Igualdad UNAM, entre otras.

Julia Reyes Retana es arquitecta, aunque nunca se ha dedicado a la arquitectura. Tiene un taller y marca de costura “Chocochips Costura de Estación” dedicado a la producción de objetos textiles y a la impartición de cursos de costura y técnicas textiles. Dibuja desde que tiene memoria y la ilustración es la base de la que germinan todos sus proyectos, dibujos que se transforman en cosas. Actualmente dibuja todos los días y a todas horas.

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