Después del invierno o Cauterio, de Lucía Lijtmaer.

Por: Sofía Balbuena (@sofiabalbu)

Ilustración: Julia Reyes Retana (@julitareyes)

 

¿Cómo escribir sobre los libros que leímos? ¿O de los podcasts que nos acompañan todos los días? En lugar de amontonar palabras que intenten conjurar algo elocuente sobre lo que nos atravesó en la lectura o en la escucha, hoy Pajarera Naif elige otra forma de homenaje: el robo.

 

Empezás a sentir el frío enseguida, todavía estás con la piel un poco tostada y el cuento de las vacaciones sin elaborar. Ni siquiera viste a todo el mundo después de volver y algo cambia de repente en el aire. Sopla el viento o llueve, y de un día para el otro la temperatura baja 15 grados. No llegaste ni a guardar las ojotas, todavía anda dando vueltas por tu casa el pareo, cuando ya toca sacar el abrigo bueno, ese que te salió en 200 euros, pero es que no hay manera. El invierno en Madrid llega sin avisar, no te prepara; aparece y se instala. Mucho antes de las luces de Navidad, la inminencia del fin de año o el aguinaldo. Amanecés a noviembre con temperaturas bajo cero y prendés la calefacción, mientras te das una ducha para que cuando salgas del baño la casa no esté helada. El ánimo se te acomoda raro, porque sabés lo que viene: que la tristeza empiece a crecerte por todos lados, como una hierba mala sobre las plantas y la certeza de que, si estuvieras en tu casa, del otro lado del mundo, estarías mandándote mensajes con tus amigas para ir a hacer una birra en algún bar de moda en la tardecita, con la energía que te ocupa cuando estás en tu país, y el verano se acerca y todo está a punto de florecer.

 

Nada está a punto de florecer; todo lo contrario. La vida empieza a replegarse sobre sí, te empieza a costar salir de casa. Cada mañana despertarse es una pequeña tortura que se pone más y más espesa. Los días pierden, uno a uno, claridad. No es invierno del todo, pero ya es invierno en la piel y sentís que te adentrás, contra tu voluntad y tu deseo, en la boca oscura de un animal peligroso. Lo mejor sería cortarlo con un viaje a casa, dividir el tiempo de frío con un paréntesis de aperitivos frutales al borde de la pileta. Pero si no podés viajar, porque no tenés dinero o porque hablaste con tu novio de hacer un viaje en agosto, entonces vas a tener que ponerte ingeniosa: armarte con un plan para pasarlo entretenida y no amargarte tanto. Quizás concentrarte en la corrección del borrador de novela que tenés en el archivo de tu computadora o encarar eso que te viene ocupando la cabeza hace varios años, para lo que sentís que te venís preparando hace un largo rato.

 

Salís a trabajar una mañana temprano, abrigada hasta las orejas, el sol ni siquiera salió del todo, puto invierno, tu novio se quedó durmiendo en tu cama. Él sí puede viajar a su país por largos meses, porque no tiene, como vos, compromisos y una estructura que sostener. Mientras contestás los correos y te ponés al día con lo que hay que hacer en la oficina después del fin de semana, decidís que lo vas a hacer, que este año sí vas a preparar esa aplicación difícil, casi imposible, pero que lo importante es que lo intentes, porque igual él se va ir de viaje durante el invierno y vos vas a estar sola y es mejor aprovechar ese tiempo, si igual tenés a estar en Madrid e ir a trabajar todos los días: hay que pasar el invierno.

 

Te ponés con eso entonces. Te ponés con eso con todo. Lees y relees los portales en donde se detalla todo lo que vas a tener que preparar, armás listas con los papeles que vas a necesitar, llamás a tu amigo el profesor, le pedís que te ayude, le contás lo que querés hacer, que vas a necesitar tomar clases con él y que te corrija la gramática de lo que vas a escribir. Tenés que poner en pausa ciertas lecturas que te tenían entusiasmada, elegir mejor porque la energía es poca y tiene que estar bien dirigida. Tu novio se va y se despiden con cariño y tristeza, pero estás tranquila porque tenés algo que hacer durante el invierno y te convences de que es hasta mejor estar sola para esto.

 

Llega el primer fin de semana y te sentás en la computadora y te ponés a escribir y te cuesta, porque en tu casa hace frío y no podés tener la calefacción prendida todo el tiempo, porque la luz en Madrid es muy cara. Te ponés las polainas que te compraste en esa feria de artesanos en Barcelona hace algunos años y te cubrís con una manta. Las ideas te esquivan, te cuesta plasmar lo que te ronda por la cabeza, sentís que te falta claridad y amagás muchas veces con abandonar antes de siquiera darle una chance. Preferirías estar leyendo sin dirección, no tener que forzar el ojo entre textos que enhebran mejor que vos lo que estás intentando decir. Pero tenés que pasar el invierno y si abandonás en una hora, lo sabés, vas a estar dando vueltas enloquecida por tu casa, envuelta en ansiedad y angustia, sin concentrarte ni en la lectura ni en nada. Así que te obligás a permanecer frente a la computadora, dándole vueltas a las consignas que no pueden faltar y a las ideas que creés que tenés intentando darles forma. Pasás todo el día tipeando y el resultado de lo que llegaste a hacer en ese primer día de trabajo te deja disconforme. Pero te levantás al día siguiente y te vas a dar una vuelta al rastro y comprás algún libro que no vas a poder leer de inmediato, pero que te hace ilusión tener y te volvés a sentar frente a la computadora y cuando termina el segundo día de trabajo tenés una primera versión del documento que no te desagrada.

 

Le mandás esa primera carta de motivos a tus amigas, las que tienen una beca doctoral y les pedís que te la corrijan. Le mandás a otra amiga, profesora y académica, el artículo que es en realidad la corrección de tu tesis de maestría adaptada para la aplicación que estás armando, para que te lo revise. Ella te contesta después muchos días –ella sí está en su país, cortando el largo largo invierno– y te dice que no, que eso no funciona y vos que pensabas que estabas avanzando, pero no, toca volver a ponerse con eso, no está listo. Por suerte tus amigas las doctorandas te dicen que la carta está bastante bien, que le cambiarían algunas cosas, pero que a grandes rasgos tiene buenas ideas y está coherentes y bien escrita. Pasás las tardes después de salir de tu trabajo hablando por teléfono con tu amigo, el profesor, y sentís que tu gramática y conversación van mejorando. Agendás entonces el test que tenés que tomar, porque además te diste cuenta que sin su resultado no podés avanzar con el proceso de subir los documentos al portal. Mientras vas pidiendo las cartas de recomendación que necesitás y te preparás para rendir. Hacés el test y sacás una buena nota y te tomás una tarde completa para ordenar el pedido de documentos que necesitás de tus universidades, y de repente es año nuevo y tus amigas las doctorandas vinieron de visita a pasarlo con vos, porque saben que estás sola.

 

Te tomás unos días para separarte del proceso y ganar un poco de claridad, y también para pasar tiempo con ellas, pero en realidad lo que te falta terminar para completar el asunto no te abandona del todo. Antes de que tus amigas, las que vinieron de visita, partan, vos estás de vuelta absorbida, tipeando en el living con el sofá cama abierto, porque ellas lo están usando para dormir. La casa está dada vuelta y te empezás a agobiar, porque sentís que no vas a llegar a completar lo que encaraste, que te va a faltar tiempo y cabeza, que estás trabajando a tiempo completo y necesitás un día entero para terminar ese artículo que no cierra por ningún lado. Tu novio, mientras tanto, está de vacaciones en la playa y ya te dijo que no va a contestar los mensajes, que quiere desconectar y pasarlo bien, y vos tratás de entender y concentrarte en lo tuyo. Te das cuenta que el 6 de enero, un día antes de tu cumpleaños, es Día de Reyes y la oficina en la que trabajás no abre, y como si creyeras en Dios agradecés por ese día libre que te cayó del cielo y es justo lo que necesitás para terminar el artículo. 

 

No terminás con el articulo ese día, pero avanzaste y ya está casi listo. Los documentos que fuiste pidiendo a las universidades ya llegaron y también las cartas de recomendación, y podés casi que apretar el botón de enviar. Todavía te falta un poco, seguís corrigiendo de forma obsesiva las cartas de motivos, cambiando cosas de lugar, tratando de evitar repetir palabras e intentando que lo que pensás se estructure en el escrito con la lucidez con la que se despliega en tu cabeza. Mientras ordenás las cosas de tu escritorio en la oficina, hacés cuentas de los días que te quedan y las horas que tenés libres y sentís que sí, que vas a llegar y que no solo vas a llegar, sino que hasta está bien lo que estás haciendo, que está muy bien de hecho, que vas a completar el proceso con solvencia y tu postulación es buena. Que todo va a depender de cuán buenas sean las otras postulaciones, las otras cartas de recomendación, lo que hayan presentado aquellos y aquellas que están compitiendo con vos por un espacio. Faltan algunos días para que sea la fecha límite, ya casi es 15 de enero y ya se nota que los días dejaron de achicarse, que la oscuridad no le está ganando terreno a la luz, sino que la luz se estira, aunque solo sean algunos pocos minutos, todos los días. El frío sigue siendo infame, pero estás haciendo algo para pasar el invierno y aunque todavía queda mucho invierno por delante, por lo menos estás haciendo algo y en ese vaivén apretás por fin el botón de enviar.

 

Te relajás. Volvés a leer desbocada y por fin llegó esa novela que esperabas desde hace mucho. Está escrita en segunda persona y te gusta el recurso y lo apuntás en tus notas mentales de cosas que robaste de libros y te gustaría usar. Limpiás la casa y empezás a tener ganas de salir de nuevo. Ya hasta podés ventilar un poco cada mañana, porque hace frío, pero el sol ya está pegando en tu balcón de vuelta un rato todos los días y hacés coincidir el tiempo en el que sol pega en los balcones de tu casa, con el tiempo de las ventanas abiertas para cambiar el aire, mientras limpiás y prendés un sahumerio. Aun cuando con tu novio no estás hablando tanto y sentís que anda contrariado y medio esquivo, pensás que se aclarará solo y estás bien mientras esperás los resultados. Te concentrás en el trabajo que sentís que descuidaste. Tu amiga la académica y profesora ya volvió de su viaje y te invita a un asado, y el sol vuelve a aparecer en el cielo con fuerza, y es febrero y estás en la terraza de la casa de tu amiga y perdés el saco y el sweater, estás en remera y estás tranquila.

 

Un día volviendo del trabajo, vas caminando por Fuencarral y sentís a la ciudad más viva que nunca, la gente en la calle, en los bares tomando cerveza, nadie parece enterarse de que es invierno y que sigue haciendo mucho frío. Ya sacaron por fin las luces de Navidad que te cegaban cuando cruzabas la Gran Vía y eso te da gusto, porque sentís que falta menos para que se acabe por fin el invierno y vas caminando deseando llegar a tu casa y calentarte una sopa y meterte en la cama y ponerte a leer la biografía de Susan Sontag que escribió Sigrid Nunez, que recomendaron en ese podcast que te encanta, que conduce la escritora que escribió la novela en segunda persona de la que te querés robar el recurso. Sacás el teléfono del abrigo de tu saco de 200 euros para poner un nuevo episodio y ves el correo, reconocés el remitente de inmediato y abrís el mensaje.

 

El correo dice que por la aplicación que hiciste estás dentro, pero que saben que no tenés dinero para pagarlo, así que van a intentar darte la beca que pediste y que esperan poder confirmártela a la brevedad. Saltás de alegría en el medio de la calle, pegás un grito agudo y aun cuando te da un poco de pena saber que vas a llegar a tu casa y no vas a tener a nadie que te abrace para festejar con vos igual estás feliz, porque aprovechaste el invierno y queda mucho menos invierno. Lo que ese correo confirma es que estuvo bien hacer el proceso, haber estado sola todos estos meses para concentrarte, trabajar en lo que tenías que hacer y en que cada día falta menos para que tu novio vuelva.

 

Tomás una captura de pantalla y empezás a reenviarla. No crees en Dios, pero volvés a agradecerle como si creyeras en él. Llamás a tu amigo el profesor, a tus amigas las doctorandas, a tu amiga la académica. Todas te felicitan y se alegran por vos. Te das cuenta que le contaste a tu familia, a tus amigas y a tus amigos, pero no a tu novio. Es que últimamente no están hablando tanto. Así que llegás a casa y le mandás esa misma captura de pantalla y se pone contento por vos y te felicita también. De repente te volvés a entusiasmar y él se vuelve a entusiasmar, siempre se pone contento con tus logros, así que se ponen a conversar como siempre, las cosas dejan de estar raras, así que te animás y le preguntás cuando vuelve, que si vuelve para ayudarte cuando tengas que desarmar la casa, en el caso de que la beca se confirme. Te dice que no sabe, que está complicado, que quizás pueda venir unos días, pero que no está seguro. Te acostás y das vuelta sobre la cama sin poder dormir, tapada hasta las orejas, aferrada al teléfono, todo el tiempo estás pensando en que tenés en el correo una noticia única, una posibilidad que puede cambiarte la vida para siempre, pero algo debe estar muy mal en vos, porque por más que lo intentés no dejes de pensar en tu novio y en la posibilidad de que no vuelva.

 

Sacás un pasaje de tren y te vas a visitar a tus amigas a Barcelona. Estás contrariada y algo triste, pero vas tirando. Ves a un amigo que hacía mucho que no veías y se divierten y conversan como si el tiempo no hubiese pasado. Paseas con tus amigas y vas a ver el mar y se te caen unas lágrimas pensando en que quizás esa sea la última vez que lo contemples viviendo en este continente. Esa sensación te da algo de alivio, hace tiempo que querés irte de España y parece que estás a punto de lograrlo. Volvés a Madrid y retomás la rutina. Sigue siendo invierno, pero ya no amanecés a temperaturas bajo cero. A veces hasta te olvidas de prender la estufa cuando te metes a bañar porque la casa ya no está tan fría. Los días duran cada vez más y empiezan a aparecer tardes en donde la temperatura llega a los 20 grados. Tus amigas, todas, te preguntan casi a diario si recibiste un nuevo correo en donde te confirmen lo que hace algunas semanas te adelantaron, pero el correo no llega. Todavía no podés guardar el abrigo bueno, de 200 euros, pero ya no usas bufanda para salir en las mañanas ni ropa térmica debajo. Tratás de hacer tus cosas, te ponés a trabajar en un texto, lo dejás listo, empezás a buscarle un editor y lo conseguís. Te confirman que un libro tuyo saldrá publicado en breve.

 

Con tu novio ya no hablás. No te perdonas la amargura que pasaste la noche en la que recibiste el correo con la noticia y no pudiste disfrutarla como sentís que te merecías, así que ya no le contás las cosas. Es marzo y estás sola, aun queda frío por delante, pero salís de trabajar y ya no es noche cerrada. Te sentás en tu escritorio un miércoles después de la oficina, decidiste trabajar un poco más todos los días, aunque sea un ratito, en tus cosas. La casa está limpia y las cosas en orden y eso te da gusto. Te calentás una sopa, prendés la calefacción, aun cuando casi ya no la prendés, porque abrigada en tu casa no hace falta, pero no tenés ganas de abrigarte mucho, ni echarte una manta encima, así que decidís que hoy podés darte el lujo de prender un rato la calefacción. Te fumás un cigarro, abrís el archivo de texto y sentís que tu teléfono vibra. No esperabas a nadie, pero es un amigo del que guardás la llave de su casa. Te avisa que está viniendo a recogerla, que se la tengas lista. Volvés de nuevo la vista a la computadora y ves que el número de los correos sin leer ha sumado un nuevo ingreso. Reconocés de inmediato el remitente y lo abrís. Suena el timbre, es tu amigo que llega a buscar la llave y le abrís la puerta. Lo esperas en el descanso de la escalera y cuando lo ves aparecer gritás de alegría.


Sofía Balbuena es Licenciada en Ciencia Política (UBA), Máster en Creación Literaria (Universidad Pompeu Fabra) y Máster en Literatura Comparada (UAB). Trabajó más de diez años como especialista en gestión y administración del sector público en el Estado Argentino. Se formó como escritora en los talleres de Christian Rodríguez, Carlos Busqued y Flavia Company. Publicó en 2019 Pajarera Naif, su primera novela (La Verónica Cartonera). Desde abril de 2019 trabaja como librera en Lata Peinada.

Julia Reyes Retana es arquitecta, aunque nunca se ha dedicado a la arquitectura. Tiene un taller y marca de costura “Chocochips Costura de Estación” dedicado a la producción de objetos textiles y a la impartición de cursos de costura y técnicas textiles. Dibuja desde que tiene memoria y la ilustración es la base de la que germinan todos sus proyectos, dibujos que se transforman en cosas. Actualmente dibuja todos los días y a todas horas.

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