‘Tu lengua en mi boca’, de Luisa Reyes Retana

Por: Mariana Linares Cruz

Ilustración: Julia Reyes Retana (@julitareyes)


“Es tan corto el amor, y tan largo el olvido”, escribió el poeta conocido del que no diré nombre porque ya he leído Tu lengua en mi boca, novela de Luisa Reyes Retana (México, 1979). Me quedo con el nombre del poeta atrapado en la garganta pero, como leí la novela, ya no siento que eso sea traición. Me he liberado, tras leer a Reyes Retana, de amar la poesía y rechazar a sus poetas. Es posible. “Tan corto el amor, y tan largo el olvido” sirva, pues, de síntesis para esta reseña sobre Tu lengua en mi boca.

 

La poesía también es reclamo, como es en este caso al utilizar el verso del poeta. Reclamo y pregunta.

–Señora escritora, ¿por qué me deja en este estado de desamor con el punto final de su libro? Yo quiero seguir más días, semanas si es posible, sabiendo qué pasa con Berta, Babis, Márgara, Futuro y Judas.

No me cae bien usted, señora escritora, porque decidió acabar su libro en ese punto y no en otro más adelante, más largo, con más horas de lectura. Su punto final me ha dejado en ese estado acuoso de total desamor: se acabó la historia pero ellas siguen en mi torrente sanguíneo. Tan corto el amor, tan largo el olvido. Sépalo.

Tu lengua en mi boca me ha descolocado, como el más puro amor. Pero ya se sabe, como dice otro poeta, “voy a curarme de tí”. La vida sigue.

 

Y entonces, ahora sí, lo importante: el libro.

 

No sé cuántas horas, cuántas correcciones, cuántos viajes a Torreón hizo Reyes Retana para haber ablandado la materia prima con la que escribe su segunda novela. El lenguaje es acción, se sabe, pero en el caso de Tu lengua en mi boca es una acción con forma de chicle. Uno tan bien masticado y mezclado con la saliva suficiente que su sabor nunca termina.

 

Las palabras en esta obra de Luisa Reyes Retana se estiran y se achican, van al año de 1985 (sí, el temblor, esa herida colectiva llena de escombros) y regresan al ahorita (sí, el hoy, esa herida colectiva que camina por las calles). Se alargan hasta Torreón o ese espacio bautizado en México como la Comarca Lagunera (al norte, hacia arriba, esa galaxia) y se hacen, otra vez, bolita, para masticar la Ciudad de México (al centro, hacia adentro, esa galaxia). El lenguaje aquí es un chicle gozoso que no pierde su consistencia. El sabor se mantiene pero muta sin darnos cuenta, como buen chicle. Masticamos lo dulce y sin saber cómo, de pronto, todo sabe amargo. Es más: muchas páginas son ácidas, y ni cuenta me dí. 

 

Otra vez voy a distraer esta escritura sobre el libro.

 

En mis clases de periodismo escuché una y mil veces “el periodismo nunca es primera persona”. La frase quedó tatuada en mi corteza cerebral. Pero, se sabe, los tatuajes hechos en la post adolescencia casi nunca llegan bien a la edad adulta. “El periodismo nunca es primera persona” ya se me desdibujó. Así que va una confesión que no anula el oficio: conozco a Reyes Retana hace mucho tiempo, digamos que la conocí en el tiempo dónde están ahora las protagonistas de su novela: la adolescencia. Calcetas largas y faldas cortas con muchas hormonas que ya masticaban chicle. La conocí metida en un uniforme escolar que la hacía ver más ruda de lo que en realidad era. Ya se sabe: la adolescencia: esa mezcla de ternura y furia, de resistencia y quiebre, de revolución y causas perdidas, de expectativas y desilusión. Esa Reyes Retana está en el libro.

 

Volvamos.

 

“Berta descubre a unas adolescentes que se juntan a recitar poesía en un terreno baldío”. Está frase pueden encontrarla en la contraportada de la novela. Esa es la anécdota, resumida de manera atractiva para incitar a leerla. Y sí –como no sucede casi nunca– esa promesa de contraportada se cumple, pero no dice lo suficiente.

 

Berta es una mujer en la adultez absoluta (es decir, tiene la edad en donde ya no hay mucha vuelta atrás y toca seguir con bríos hacia delante) cuya vida ha sido una retahíla de ausencias. Lo único que no le ha fallado a Berta son las letras. En ellas está su posibilidad de seguir siendo mundo.

 

Después están las adolescentes que se juntan, Babis, Márgara, Futuro y Judas. Se trata de mujeres que viven en Torreón cuyas vidas están surcadas por ese territorio: desparpajo e indiferencia, polvo y calor, valentía y autonomía, sencillez, mucho patriarcado y la dosis de violencia a la que nos hemos habituado en México. Cada una tiene complejidad pero “remedio” todavía, o así queremos creerlo porque ya pasamos por allí y sabemos que al mundo todavía le quedan muchas vueltas. Son tan distintas y a la vez tan iguales a millones de mujeres adolescentes, que fui alguna de ellas o quise serlo en algún punto de la novela. También las rechacé a todas porque fui adolescente otra a vez.

 

Recitan poesía. Uy, el prejuicio. La poesía tan mal vista y también tan sublime. Esa palabra que causa picazón o fuego en cualquier mesa donde se le traiga. Ese género literario con el que no se transita fácilmente pero que cuando ya se está arriba del tren es difícil bajarse. Poetas y poesías “típicos” de esos que nos gusta encasillar como América Latina deambulan en la novela escupides por la lengua de las protagonistas. Sus versos se transforman en balas al aire que explotan para perder su sentido canónico. ¡Pum! Muera la poesía, viva la poesía.

 

Termina la frase con “lote baldío”. Allí donde pasa todo: el santuario, un escenario compacto pero infinito donde hay fuego, chingos de chelas, todas las dudas del mundo y la complicidad más fuerte de la Comarca tejida con restos de basura. Siempre hay que tener un lote baldío en donde depositarse. Sin lote baldío no hay novela.

 

Debo terminar esta reseña pero no me lo está permitiendo la novela. Ya se sabe: “tan corto  el amor, y tan largo el olvido”. Seguimos.

 

“Tengo el corazón muy roto”, se lee de Berta en alguna de las páginas. Tu lengua en mi boca también es una novela sobre el amor, o los amores. De esos amores tan constantes, pertinentes, poderosos que abundan en la vida cotidiana. No del amor ése entre una y otra persona, del amor al lenguaje, al juego de juntar palabras para que arda el cuerpo al momento de mencionarlas, el amor al fuego por una vida intensa, el básico amor a tomar chelas con las amigas que menos entiendes y más quieres, ese amor que ocurre cuando descubres a otra que lee a Rosario Castellanos como tú.

 

Ahora sí, termino.

 

Tú lengua en mi boca pareciera decir: “mujeres del mundo, uníos”. Pero no. En realidad dice: “obsesionadas con la poesía, quemen todo”. Está escrita con amor y humor, pero no es eso; con dolor y crítica, pero no es eso; con nostalgia y furia, pero tampoco es eso. Y es todo eso. Y es mucho más: porque hay ruinas pero voluntad, road trip pero sex text, hay Nicanor Parra y Sara Uribe. Y litros de caguamas regadas por todas partes.

 

La gocé, la devoré y fui infeliz cuando acabó. Tan corto el amor, y tan largo el olvido.


Julia Reyes Retana es arquitecta, aunque nunca se ha dedicado a la arquitectura. Tiene un taller y marca de costura “Chocochips Costura de Estación” dedicado a la producción de objetos textiles y a la impartición de cursos de costura y técnicas textiles. Dibuja desde que tiene memoria y la ilustración es la base de la que germinan todos sus proyectos, dibujos que se transforman en cosas. Actualmente dibuja todos los días y a todas horas.

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