Aftersun: ficción del recuerdo

Por: Catalina Caramuti (@caticaramuti)

Foto intervenida: Julia Reyes Retana (@julitareyes)


Desde su estreno en mayo de 2022, Aftersun no paró de recibir premios y se postula como la alternativa de cine independiente favorita de la crítica, así como de un público que no para de elogiar a su directora y compartir frames del filme en redes sociales. A medida que fueron pasando los meses de presentación en festivales y proyecciones en salas de cine en distintas partes del mundo, el fanatismo por la ópera prima de Charlotte Wells fue creciendo a punto tal que es tema de conversación corriente en comunidades virtuales y objeto de recomendación entre vínculos amistosos, familiares y hasta académicos. A esta altura, no tenemos dudas de que Aftersun generó un impacto en sus espectadores.

 La película cuenta la historia de unas vacaciones de un padre, Callum (Paul Mescal), y una hija, Sophie (Frankie Corio). Ambos viven a 600km de distancia en distintas ciudades de Inglaterra y se van a las playas de Turquía con el objetivo de pasar tiempo juntos. Después de la separación de sus padres, son pocos los momentos que comparte Sophie con Callum durante el año y este viaje es uno de esos planificados con el objetivo de atesorar en la memoria para siempre. La encargada de asegurar esto, además de los propios recuerdos, es una cámara Panasonic que padre e hija se pasan de mano en mano para registrar escenas de su estadía en un hotel all-inclusive venido a menos.

A través del registro casero conocemos a los personajes. El guión nos deja ver a personas tridimensionales a través de eliminar todo efecto, porque habilita las experiencias y sensaciones individuales, esas que son tan íntimas que a veces cuesta hasta verbalizar en una sesión de terapia. Por eso consigue emocionar entre líneas, tiene capas de sentido que se van develando con el pasar de los planos construidos de manera cuidadosa. Charlotte Wells capta con delicadeza las vivencias que atraviesan ambos protagonistas en ese viaje. La emoción te toma por sorpresa en momentos inesperados del filme y, como se puede leer en varias reseñas, a cada persona la interpela una escena distinta. Callum, un padre de 30 años al que la tristeza no le permite estar presente del todo pero que lo intenta como puede. Sophie con 11 años, en pleno tránsito de la niñez a la adolescencia, experimenta contradicciones entre sentirse grande y encontrarse con situaciones que no sabe cómo manejar, muchas de ellas vinculadas a las actitudes impredecibles de su padre.

La directora, que ya venía realizando cortometrajes como Tuesday (2015), Laps (2016) y Blue Christmas (2017), idea minuciosamente cada elemento que aparece en pantalla. En Aftersun todo comunica, incluso la selección de pequeñas tomas de su Panasonic personal, esa que llevó en el viaje a Turquía que realizó con su padre a finales de los años 90. El uso de planos cerrados es un recurso atinado para transmitir emociones porque permite ponernos en la piel de quien aparece en pantalla, hacer zoom in a los detalles. Dos manos agarradas en un bote, una espalda siendo embadurnada en protector solar, la mirada de un niño a Sophie, las piernas debajo del agua, la espalda de Callum en medio de una crisis.

El género autoficción plantea la posibilidad de mezclar recuerdos con imaginación y presentar una obra concisa para el espectador. Charlotte se atreve a hurgar en los espasmos de su memoria para plasmar fragmentos de su niñez en lenguaje cinematográfico. “La memoria es una cosa resbaladiza” escribe la directora en una carta que nos dedica a nosotres, espectadores de su obra. En esa carta, advierte que lo que sucede en la película es una historia personal, “un recuerdo de la intimidad desde un punto de distancia”. En Aftersun nos encontramos con escenas sin continuidad, otras que se repiten y algunas que simplemente se insinúan, afirmando la visión sesgada. La película opera de la misma manera que la memoria: fragmentada, borrosa, retorcida, selectiva. Mientras más esfuerzo hacemos por recordar, menos podemos ver.

Las filmaciones caseras y la estética noventosa de Aftersun, intercaladas con escenas de una Sophie mirando esas grabaciones 20 años después en su departamento, describen un sentimiento de época que trasciende al filme. Parece ser que la nostalgia es el hilo que nos reafirma el paso del tiempo y nos conecta con la idea de que, efectivamente, los años han pasado. Hay algo en la nostalgia que nos entristece, pero nos cautiva con placer al mismo tiempo, y que Charlotte Wells supo captar a la perfección. No se trata sólo de contar una historia sino de reconstruirla con paciencia, con pequeños fragmentos, con ternura y sutileza. Quizás por este motivo, el primer largometraje que vemos de la directora inglesa sea más que un relato personal y puede configurarse como una puerta hacia lo íntimo.

Más allá/acá de la obra

Charlotte Wells nació un 13 de junio de 1987 en Edimburgo, Reino Unido. Hoy tiene un par de años más de lo que tenía su padre en las vacaciones que hicieron juntes a Turquía a finales de los años 90, cuando ella tenía 11 años. Charlotte no solo es la directora de Aftersun sino que también es la guionista, dos rubros en los que nombres de mujeres escasean. Dentro del cine dirigido por mujeres, su película aparece como un hito para explorar nuevos modos y sacudir la escena.

Julia Kristeva, feminista posestructuralista de los años 70, aportó al campo de la teoría el concepto de “intimidad sensible” haciendo referencia a nuevos relatos que emergen y desafían las lógicas de producción robotizantes de la industria cultural. Estos relatos son también encuadres, miradas, enfoques y guiones que, sin querer, ponen el foco en otros objetos del mapa. Lo involuntario no se vincula necesariamente al desinterés sino más bien a reconocer que, cuando aparecen nuevos actores sociales ubicados históricamente por fuera de una estructura consolidada, se puede constituir una Revuelta –con mayúsculas– desde la intimidad.

Afersun es un relato en donde prima la sensibilidad, pero también es el resultado de un arduo proceso desafiante que llega a los núcleos conflictivos de una historia, en este caso, la propia. Construye un diálogo tácito con sus espectadores que se sostiene desde esa intimidad sensible a la que remite Kristeva.

En este mismo mapa podemos ubicar dos películas argentinas que también son autobiográficas, que trabajan sobre los recuerdos familiares y están escritas y dirigidas por mujeres: Los Rubios de Albertina Carri y El silencio es un cuerpo que cae de Agustina Comedi. Ambas revuelven en cintas caseras para contar una historia a partir de fragmentos y también logran retratar la intimidad de lo sensible de una manera majestuosa pero tienen también un punto que las distancia de la obra de Charlotte Wells: la historia colectiva es parte de la memoria individual. Estas obras, en contrapunto con Aftersun, pueden servir como una puerta hacia nuevos interrogantes para pensar al cine hecho por mujeres desde otras latitudes.


Julia Reyes Retana es arquitecta, aunque nunca se ha dedicado a la arquitectura. Tiene un taller y marca de costura “Chocochips Costura de Estación” dedicado a la producción de objetos textiles y a la impartición de cursos de costura y técnicas textiles. Dibuja desde que tiene memoria y la ilustración es la base de la que germinan todos sus proyectos, dibujos que se transforman en cosas. Actualmente dibuja todos los días y a todas horas

Next
Next

Lecciones de un corazón que se cura a sí mismo