Las chicas de Ipanema ya no cantan para entretenernos, sino para hacernos pensar.

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Por: Michelle Solano (@michserenisima)
Ilustración: Julia Reyes Retana (@julitareyes)


Para mi hija, Martina, y para Triana y Aura, mis sobrinas, que ya andan en su propia búsqueda del quehacer musical.

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Tengo 2 o 3 años. Una postal sonora se repite en mi mente: una joven en bikini, con un cuerpo que parece esculpido a mano y un rostro angelical canta una suerte de scat totalmente hipnótico: Dibadundá, padibadabadaba, dibadundá padibadabadaba, dibandudá, daiundá, daiundá...

Más tarde me enteraría de que esa postal salió de la portada de un disco de la colección de mi papá que compilaba grandes éxitos de la Bossa Nova, un género musical de Brasil; que la canción era Agua de Beber y la voz que cantaba era la de una mujer llamada Astrud Gilberto. Supe también que Brasil es país muy grande de Sudamérica, en donde no hablan español sino portugués, y que esa era la razón por la que yo no entendía nada. Canté ese scat infinidad de veces, hasta que ya adulta decidí estudiar portugués para, por fin, entender las canciones de Astrud Gilberto, Rita Lee, Chico Buarque, Caetano Veloso, Maria Bethânia, Gal Costa, Gilberto Gil; y a poetas como Machado de Assis, Carlos Drummond, João Guimarães, Rachel de Queiroz, Clarice Lispector y Patrícia Rehder Galvão “Pagú”, poetas a los que llegué, sí, por la música.

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En los años setenta, mi casa, como la de muchos de mis amigos y amigas de la infancia fue refugio de algunas personas que llegaban a México para exiliarse a causa de las dictaduras militares en sus países. Esos regímenes cruentos y deleznables atravesaron -a fuerza de mucho dolor- la música que se creaba al interior de Argentina, Brasil y Uruguay, por mencionar algunos, o bien, desde el exilio. A través de muchas de esas canciones puede trazarse un mapa de las atrocidades acontecidas en esos años y de los sentipensares de muchos y muchas artistas. Esa música es la que aún hoy conforma buena parte de mi universo sonoro y ahí, muchas de las canciones son brasileñas.

De aquellos años viene una de las anécdotas que mi madre aún no se cansa de contar: una noche llegó a casa un grupo de brasileños y brasileñas; en un santiamén armaron una batucada con cacerolas, sartenes y todo lo que encontraron en la cocina y, por supuesto, me despertaron. Durante horas escuché embelesada a aquella gente a la que la música parecía brotarle desde un lugar desconocido para mí.

Ya en la madrugada, cuando la comitiva brasileña se despedía, yo anuncié, con toda la determinación que pude juntar a mis tres o cuatro años, que me iría con ellos a sambar por todo el mundo. Desde luego, mis padres no me lo permitieron pero, esa noche, de algún modo, algo de mí se fue con aquella gente y su música. O algo de ellos y ellas se quedó para siempre en mí. Quedé cautivada por los sonidos de la Samba y por esa felicidad de centro amargo que tiene la Bossa Nova; supe después que eso que sentía no era otra cosa sino la saudade. 

Ambos recuerdos reflejan hasta qué punto la música y la poesía brasileña se metieron en mis entrañas. 

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Así comenzó una obsesión que se fortaleció con los años, sobre todo en la medida en la que he podido atestiguar cómo el papel de la mujer ha cambiado tan drásticamente en Brasil, quizá más que en cualquier otro país de América. No sólo en la música y la poesía, sino también en la política. No es un hecho aislado ni por generación espontánea el que Dilma Rousseff se convirtiera en la primera mujer presidenta de Brasil, proveniente de una militancia claramente de izquierda, misma que la llevó a sufrir tortura y encarcelamiento.


Para nadie constituye una novedad que la mujer brasileña goza de la fama bien ganada de ser hermosa, lo que en un tiempo se dio en llamar sex symbol y, sin duda, parte de esa fama comenzó con la difusión del Carnaval de Río de Janeiro como atracción turística. El erotismo del pueblo brasileño, que a decir de muchos especialistas tiene su origen -al menos en buena parte- en las raíces negras de su cultura, está presente también en el canto, en la forma de usar el instrumento vocal. La Bossa Nova es, desde luego, una fusión de la Samba y del Jazz, -y ahí la negritud es indiscutible- pero también de la música de la posguerra estadounidense y los sonidos callejeros cariocas, (que aunque ahora es el gentilicio para la gente de Río de Janeiro, antes designaba a los extranjeros -colonizadores- que llegaban a esa ciudad) y ha sido la piedra angular de la MPB, la Música Popular Brasileña. Esa reconocida herencia negra puede escucharse nítidamente en las tesituras de las cantantes brasileñas, muy distintas a las voces de las mexicanas, por ejemplo, quienes durante mucho tiempo, y sobre todo en la música vernácula, parecían competir con aquellos vozarrones toscos de los hombres/machos heridos por el desamor, borrachos de alcohol y de orgullo patriarcal, con una bronca siempre palpitante en el pecho. Sobrevive para demostrarlo, por ejemplo, la obra de Chavela Vargas (que aunque nacida en Costa Rica, fue mexicana porque así le dio su rechingada gana) o la de Lucha Reyes, e incluso todavía puede distinguirse en la voz de Lila Downs, en algunas canciones sobre todo de la primera parte de su carrera musical (Como en aquella gloriosa versión que grabó de Paloma negra, de José Alfredo Jiménez). Pero la voz de las brasileñas, su manera de abordar los fraseos, la escala melódica menor, la rítmica aplicada no sólo al cuerpo sino al canto, y las técnicas vocales como el fry, la aérea y el cry, son características insustituibles de su estilo, en el que también pueden distinguirse algunas reminiscencias del Fado portugués. En esta playlist que presento, se puede escuchar también cómo a medida que las músicas brasileñas han trabajado otros géneros como el rock, o el hip hop han tomado nuevos elementos para adoptarlos y darles una personalidad propia.

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La Música Popular Brasileña o MPB floreció como movimiento hacia 1966 en la ciudad de Río de Janeiro, y a partir de ahí logró transformarse en una industria de consumo nacional, en primera instancia, por la barrera del lenguaje; el hecho de ser el único país en América de habla portuguesa de algún modo los blindó contra otras formas de canción en habla hispana o inglesa. Claro que el rock proliferó fuertemente en Brasil, a mucha gente le sorprendería saber que Roberto Carlos fue, en principio, cantante de rock, y que Caetano Veloso se dejó influenciar por Los Beatles. Sin embargo, la herencia cultural de Brasil resistió esos embates y así se creó una música completamente distinta, que poco a poco y con la internacionalización de algunos de sus exponentes, fue incorporando algunos elementos del pop y de otros géneros. 

En esta playlist he intentado hacer una línea del tiempo conceptual (y no en términos estrictos de una cronología musical) acerca de cómo las mujeres brasileñas dejaron de ser esas chicas de Ipanema que cantaban espléndidamente bien con el fin de entretenernos -y/o para, queriendo o no, ser sexualizadas- para transformarse en voces de denuncia que llaman a la reflexión sobre la situación femenina en Brasil. Esa situación que en mayor o menor medida compartimos muchas mujeres en el mundo.

Aquella vieja guardia brasileña conformada por mujeres como Elis Regina, Astrud Gilberto, Nora Leão, Maria Bethânia, Rita Lee, Gal Costa, entre otras, que cantaban al amor, al desamor, y que cautivaron a las generaciones de los sesenta, setenta y ochenta, no ha perdido su esplendor y vive aún a través de la obra de las jóvenes (Rita Lee, por ejemplo, o Simone, siguen haciendo música espléndida y su lírica evolucionó, adaptándose al discurso actual), en la reciedumbre de las generaciones más recientes que, a consecuencia de la crisis de la industria musical y del debilitamiento del disco, se apoderan del Internet y han hecho de las redes sociales su sitio de acción principal.

Las cancionistas y compositoras brasileñas lo han abarcado todo: De las dictaduras militares a la revolución sexual; de la liberación femenina a la revolución feminista; de la vuelta a la democracia, a un país gobernado por una mujer; de los escándalos de corrupción de una izquierda deteriorada, al contundente retorno de la derecha más recalcitrante; de la apertura a la diversidad sexual y la doble moral de un país que en Carnaval enloquece, pero luego tolera al presidente Bolsonaro declarando públicamente su homofobia; de un país en donde una inmensa población negra lucha por reivindicar sus derechos, al asesinato de Marielle Franco, la activista pro derechos humanos sobre todo de las mujeres negras; de un país donde la pornografía infantil, la pederastia y la prostitución constituyen un negocio casi tan grande y lucrativo como en México; de ese Brasil que existe más allá del lujoso barrio de Ipanema, que no es portada de discos ni postal, y que también encarna favelas, pobreza, marginación, violencia y racismo. Sus canciones y su música tienen una nota en cada asunto, quizá porque a diferencia de otros países de América, las brasileñas siempre han tenido un lugar en la música que otras hemos tenido que ganarnos a fuerza de una pelea constante con el machismo y la misoginia, ya sea en la televisión, la radio, los festivales o los ya casi inexistentes sellos discográficos; lo cierto es que, desde mi punto de vista, ellas llevan años ejerciendo el oficio de entretejer sus pensamientos y opiniones con los sonidos y los silencios; y lograron hacerse escuchar masivamente, algo que en países como México tomó varias décadas más.

En ese sentido, me parece, las mujeres de otras latitudes tenemos mucho que aprender si escuchamos a nuestras hermanas brasileñas, si logramos traspasar la barrera del lenguaje. Ahora, por suerte, Internet nos permite traducir al español cualquier cosa en otro idioma, y eso debería ser una herramienta para acercarnos a lo que otras mujeres de países distantes gritan, cantan, piensan, sienten. 

Las primeras canciones de esta playlist pertenecen a las figuras femeninas más importantes de los inicios de la MPB: Gal Costa, Astrud Gilberto, Elis Regina y Nora Leão, quienes jugaban con vocablos amorosos, evocaciones al amor romántico; después, y poco a poco, otras voces como la de Rita Lee llevaron sus reflexiones amorosas a otro lado, hacia la diferencia, por ejemplo entre amor y sexo:
"El amor es un libro

sexo es deporte

sexo es una elección

amor es suerte

amor es pensamiento, teorema

amor es telenovela

sexo es cine..."

El discurso amoroso pasó de dolerse a tomar una posición en donde las mujeres son capaces de reconocer su valor, tal afirmación se encuentra en versos como "Conozco tan bien el espacio que ocupo, mi amor, todo tiene su lugar, puedes venir a decirme las cosas que pensé que sabía de ti, no estoy segura si fui yo la que se equivocó o fuiste tú quien me engañó", en la preciosa pieza Retrovisor, de Céu, quien ha ganado varios premios Grammy, colaborado con músicos como Herbie Hancock y cuya música fusiona el Afrobeat, el Hip hop, la Samba y el Jazz.

Algo sucede en el mundo cada vez que una mujer es capaz de reconocerse "piel y espíritu", cada vez que permite que la carne y el deseo le hablen tanto como le hablan el pensamiento y las cosas prácticas de la vida. De esas reflexiones nacen piezas inquietantes y bellísimas como Pelespírito, de Zelia Duncan:

"Estoy en este manto para siempre

en este mar salado por mi sudor

estoy mejor, soy peor

soy sangre pura en este barro

estoy llamando, estoy caliente y llorando

llega mi cuerpo

mi cuerpo se va

piel y espíritu

mírame, lo siento

tócame, no miento..."

Maria Bethânia, la abuela sagrada de la MPB aportó muchísimo para quitar de una vez y para siempre la venda de los ojos femeninos brasileños con una canción perfecta, única y tristísima: Terezihna, que narra tres relaciones amorosas de una mujer, tres momentos sobre la asunción de la objetualización, la invisivilidad y la redención: ("El primero me llegó como quien llega en conquista... El segundo me llegó como quien llega del bar... El tercero me llegó como quien llega de nada"). Compuesta por Chico Buarque, esa canción cobró vida en la voz y el cuerpo de Maria Bethânia, que bien podría ser la voz que narra la historia de Brasil; desde la importantísima Carcará que ya daba cuenta de lo que se vivía en manos de los militares y que es una metafórica denuncia de la dictadura ("Carcará es malo y valiente... pega, mata y come") hasta su poderosa canción Dois de Junho, escrita y grabada en plena pandemia. La canción comienza con los acordes de una guitarra áspera que luego da paso a la voz profunda e indignada que acusa:
"En un país negro y racista 

en el corazon de América Latina

en la ciudad de Recife

martes 2 de junio de 2020

veintinueve grados celsius

cielo claro

la sirvienta sale a trabajar

aun en medio de la pandemia

Por eso ella lo lleva de la mano

Miguel, cinco años

nombre de ángel

treinta y cinco metros de vuelo

desde el noveno piso

cincuenta y nueve segundos

antes de que tu madre volviera

El destino de Ícaro

la sangre en negro

las alas de aire

el destino de Ícaro

la sangre en negro

las alas de aire

en un país negro y racista

en el corazón de América Latina".

 

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Las nuevas generaciones de mujeres cancionistas en Brasil han tomado su lugar en la lucha feminista y han usado la música para denunciar y protestar (una tradición ya bien arraigada en la MPB) la realidad que viven, para llamar a la reflexión y al reconocimiento de las cosas que, desde el gobierno y en una sociedad polarizada (como suelen ser las sociedades multiraciales) se intentan esconder, u olvidar.

Imposible no mencionar a Cássia Eller, quizá la rockera más importante de Brasil, fallecida en 2001. Dejó una obra magnífica y desde la música reivindicó su derecho a vivir como lesbiana y a ejercer desde ahí su maternidad; los últimos 14 años de su vida vivió con su hijo, Chicão, y su mujer, Maria Eugênia Vieira Martins. Cuando Cássia falleció, su mujer pidió la custodia de Chicão y le fue concedida después de que Altair Eller, el abuelo del niño, renunciara a ella. Este casó revolucionó a la sociedad brasileña y sentó precedente sobre las parejas homosexuales y la custodia de los hijos al fallecimiento de uno de los cónyuges. O marginal es una de sus piezas más importantes, y al escucharla, casi podemos adivinar en qué estaba pensando al componerla:

"No te amargues, marginal

defiende tu pan con el palo 

descansa tu fantasía en el mal

ama tu destino como tal..."

Otra mujer emblemática es Simone, que ha sabido replantear su repertorio a través de los años y abordar temáticas mucho más reflexivas sobre la condición femenina, así, es una delicia escucharla cantar Muhler o suficiente:
"Yo no soy mujer suficiente

para ser tu madre, hija, hermana

ser su tía o su pariente

sólo soy un ser viviente

con sentidos, boca, ojos 

y oídos bien vívidos 

y ya no me engaño

no soy mujer para ser feliz

con algún don, con lo aparente

con algún presente

Soy una persona y soy capaz de ser más que eso.

ser tuya y algo más

pero es el hechizo lo que te satisface

entonces mujer más que persona

puedo decirte bien

sólo soy lo suficientemente mujer

cuando hago el amor con la gente".
Mujeres como Fernanda Abreu, Renata Rosa, Bebel Gilberto, Belô Velloso, Maria Gadú, Tulipa Ruiz, Mariana Aydar, Marisa Monte (quien además de su carrera solista ha ganado bastante éxito con la banda Tribalistas, donde comparte créditos con Arnaldo Antunes y Carlinhos Brown), Ana Carolina, (quien a partir de que se declaró bisexual atrajo un público mayor), Tiê, (de quien elegí un corte en donde colabora con David Byrne, All around you), Luiza Lian, Karina Buhr (que con su canción Amora, parece revisitar Terezinha, al hacer el recuento de las veces que se ha entregado al amor: "La primera vez lloré mucho, la segunda vez ni siquiera recuerdo porqué no quise volver al principio de lo que ni siquiera vi, al principio de lo que ni siquiera sé porqué empezó...")  y la muy joven Linkier (y su banda, Os Caramelows), quizá la cantante negra y trans más famosa en el Brasil de los tiempos "bolsonáricos" se cuestionan de manera constante sobre las formas en que las mujeres nos relacionamos sexoafectivamente y, al mismo tiempo, no se callan ante los sucesos del Brasil contemporáneo, lo cual queda de manifiesto en canciones como América Latina de Mallu Magalhães, en donde crea un lenguaje propio mezcla de inglés y portugués para afirmar o buscar su identidad, o Estupro, la pieza de Tamara Franklin que cierra esta playlist que, por supuesto, siempre estará incompleta pero que pretende ser el pretexto para adentrarse en la música de esas chicas que ya no son más las sex symbol de Ipanema, sino mucho, mucho más. 

Estupro

Los gestos cortan mi piel y cierro mi cuerpo en vano

serpenteando, regando el sabor

trato de mantener la calma para no debilitarme

El sol se pone rojo, hace que mi luz se oscurezca

mi falda bajo el cielo

mis ojos llorando

Entre la muerte y el mar

mi pecho truena

Dije que no, insistió

cerré la puerta

él me invadió y juró pasión

grité pero nadie me escuchó

llamé, señor, Santa María

compasión, ten compasión

Me sentí asustada y fría

maldita sea, mi mundo se cayó

finge que no lo viste

Claudia arrastrada por el vehículo

tenía un nombre, tenía un hijo, una hija

Tuve una familia

pero sentí la ira

tu sangre grita en las calles

pido justicia y sólo pido piedad

¿Las balas de quién mataron a Marielle?

Yo sé quién está conmigo

nos llaman bandidas

pero serán heridos con el mismo hierro que lastimaron

Todo lo que siento es odio

yo, Mamá África

la felina indomable que corría por los campos

de pronto yo, aquí, amansada 

bajo el cuerpo teñido del colonizador.

Vino, sin piedad y sin dolor

mientras tomaba el bus de regreso del trabajo

Mi tío me pasó la mano por las piernas

yo tenía ocho años

él era grande y fuerte

y, por lo tanto,

asumí que no debía quejarme

Desde 1500 el sabor sigue siendo el mismo

invaden tu territorio, secuestran a tu gente

ponen tu cuerpo y te obligan a hacer trabajos forzados

De los barcos de esclavos a los hombres calientes que escucho

mientras camino inestable por las calles pidiendo a Dios

¿Qué he hecho para merecer este castigo?

Me siento culpable de mirar en el espejo

y medir el tamaño de mis pantalones cortos

Trato de ser fuerte y rezar por tener suerte hoy

entre los que gritan cachondos y los que prometen pasión

le pido a Dios que tenca compasión

porque la violación no tiene nada que ver con el sexo

es una cuestión de dominación

herencia de la colonización

Indios y negros te dirán con mucha precisión

que de una violación nació Brasil,

nuestra nación.

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Michelle Solano (Ciudad de México, 1975) es escritora, teatrista, cancionista, periodista cultural y activista política. Escribe diversos géneros literarios, principalmente narrativa, dramaturgia y poesía. Como dramaturga y crítica teatral perteneció al grupo El telón de Aquiles, colectivo de jóvenes dramaturgos; como cancionista escribió y grabó la primera canción por Ayotzinapa: Grito de Guerra, que ha dado la vuelta al mundo para denunciar la desaparición forzada. Su trabajo poético y musical son indisolubles, escribe poesía para su música y música para sus poemas y de ahí se desprenden sus canciones. Como periodista y activista es integrante del colectivo Ojos de perro contra la corrupción y la impunidad. Actualmente trabaja en su primera novela: La vida luminosa en que perdimos todas las batallas, y en el poemario Permanencia involuntaria, que reunirá su reciente trabajo poético.

Julia Reyes Retana es arquitecta, aunque nunca se ha dedicado a la arquitectura. Tiene un taller y marca de costura “Chocochips Costura de Estación” dedicado a la producción de objetos textiles y a la impartición de cursos de costura y técnicas textiles. Dibuja desde que tiene memoria y la ilustración es la base de la que germinan todos sus proyectos, dibujos que se transforman en cosas. Actualmente dibuja todos los días y a todas horas.

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